Psalms 22

El buen Pastor

1
1. Dios cuida de Israel y lo provee en todas las necesidades como un pastor lo hace con sus ovejas. Véase Génesis 49, 24; Isaías 40, 11; Jeremías 23, 4; 31, 10; Ezequiel 34, 12 ss.; I Pedro 2, 25; 5, 4. Jesucristo se atribuye el mismo nombre y oficio de Pastor (Juan 10, 11 ss.). David invoca aquí a Dios como Pastor de su propia alma y nos trasmite así sentimientos de inefable consuelo y una esperanza que se extiende a todos los días de la vida (versículo 6; cf. Salmo 70) y también hasta los días sin fin.
Salmo de David.
Yahvé es mi pastor,
nada me faltará.
2Él me hace recostar en verdes prados,
me conduce a manantiales
que restauran,
3Confortando mi alma,
guiándome por senderos rectos,
para gloria de su Nombre.
4
4. Tu bastón y tu cayado: Aluden al oficio del pastor, que con ellos guía las ovejas y las defiende contra los lobos. Solo es menester que reconozcamos, como los niños, nuestra incapacidad y la necesidad que tenemos de ser guiados y defendidos. Si el hijo se hace grande —dice Santa Teresa del Niño Jesús— y pretende valerse por sí mismo, el padre lo deja entregado a sus propios recursos. Por eso ella, consciente de que nada podemos por nosotros mismos, resolvió ser siempre como un párvulo delante del Padre celestial. Lo asombroso es que esto, que el mundo consideraría un acto de egoísmo poco honroso, sea precisamente lo que Jesús enseña como el sumo secreto para poseer el Reino y aun ser allí el más grande (Mateo 18, 1-4).
Aunque atraviese
un valle de tinieblas,
no temeré ningún mal,
porque Tú vas conmigo.
Tu bastón y tu cayado
me infunden aliento.
5
5. Es un Dios quien, por ser nuestro Padre, nos invita a un festín suntuoso, derramando sin tasa ricos perfumes de su gracia sobre las cabezas de los convidados y haciendo rebosar las copas de sus bendiciones.
Para mí Tú dispones una mesa
ante los ojos de mis enemigos.
Unges con bálsamo mi cabeza;
mi copa rebosa.
6
6. Bondad y misericordia me seguirán: En esta doctrina y en la del Salmo 58, 11: “la misericordia de mi Dios se anticipará”, funda San Agustín su explicación sobre las maravillas de la gracia preveniente y subsecuente, diciendo: “La gracia de Dios previene al que no quiere, para que quiera; y, después que ha querido, lo sigue para que no deje de querer” (Scío). Véase Salmo 31, 8 y nota.
Bondad y misericordia me seguirán
todos los días de mi vida;
y moraré en la casa de Yahvé
por días sin fin.
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